El saber pedagógico apunta a vislumbrar cómo debería ser la educación y por ello, aunque se discute mucho sobre este punto, es un saber normativo, señala el deber ser de la educación, asienta las bases para juzgar sobre la adecuación de fines, medios, sujetos, agentes, recursos, es decir, de todos los elementos que intervienen en el proceso educativo para que éste “salga” bien: conduzca a crecer a quien haya que ayudar a crecer. Las palabras siguientes y la figura que a continuación se plasma, ilustran estas ideas.
“Y en este contexto entra la Pedagogía Familiar, en cuanto rama de la pedagogía. Si se quiere, forma parte de la Ciencia de la Educación, como la propia Pedagogía; pero no es una de las llamadas «Ciencias de la Educación», sino que es una de las «ciencias pedagógicas» o ramas de la Pedagogía. Como tal, la Pedagogía Familiar es una ciencia «práctica», por más que se apoye en unas bases teóricas” (Quintana, 2003: 14).
Dentro del marco de la Pedagogía se proponen modelos pedagógicos, es decir, modelos de prácticas educativas positivas. En este sentido cabría esperar también buscar y delimitar un modelo de educación familiar, más allá de los modelos de comunicación, o de relación, o de resolución de conflictos que se establecen para aplicarlos a la familia. Como expone un investigador (Rodríguez, 2004), un modelo de educación familiar es un esquema o representación teórica que trata de dar razón del conjunto de fenómenos educativos que suceden en la familia considerada como sistema o realidad compleja, con el fin de comprender los fenómenos y sus relaciones para mejorar e incluso potenciar, inhibir o fijar una normativa de acción. Se ha relacionado modelo de educación familiar con estilo de educación familiar. Un estilo educativo familiar se establece a partir de los procedimientos paternos tendentes a poner en práctica unos modos peculiares y relativamente organizados de actuación educativa con los hijos. Tales modos de educar son delimitados por los valores, creencias, actitudes y conocimientos que sustentan madres y padres, destacando un aspecto de la educación en la familia, la que los padres aportan a los hijos. Sin embargo caben más relaciones educativas y la consideración de otros agentes educativos en la familia se amplía por lo que la identificación entre modelos de educación familiar y estilos de educación familiar no es del todo acertada.
No obstante, nos parece que más que hablar de modelos de educación familiar, cuestión discutible por la realidad tan variada de las familias, en la que según sus condiciones sería posible un modelo u otro, la educación familiar es en un orden colectivo como la educación personalizada en el plano individual; es preciso hablar de tantas educaciones como personas, de tantas educaciones familiares como familias y personas que las integran. Por este motivo parece más prudente reflexionar sobre un marco de referencia en el que situar la educación que se produce en la familia. Supone establecer: fines, metas, modos –de transmisión y asimilación de valores y estilos de vida, de apoyo, de refuerzo, de control de comportamientos–; recursos, roles, valores, contenidos –conocimientos, actitudes, hábitos, afectos–; continuidad y coherencia entre las dimensiones anteriormente citadas, y la evaluación. Un marco amplio, integrador de los elementos que repercuten en la vida de las personas y en la vida familiar y que favorecen su crecimiento. Este modelo-marco de referencia debería ser comprensivo, analizable, explicativo, dinámico, flexible y normativo. Desde el mismo se debería optimizar todo lo que compone la vida familiar y enriquecer el feedback entre educadores y educandos.
Un asunto más hay que señalar sobre el carácter de la Pedagogía familiar. En la educación familiar se suscita un aprendizaje que supone aprender y adquirir hábitos, actitudes, valores. El que enseña requiere un saber técnico –sobre cómo instruir adecuadamente y con eficacia– para promover un cambio en el que aprende; para acometer este tipo de transformaciones, el educador necesita un saber ético, unos valores de acuerdo con el bien de la persona a la que pretende educar. En el aspecto técnico las ciencias pueden aportar su conocimiento reglado, eficaz para resultar un producto, pero sólo desde un conocimiento sapiencial e incluso artístico se acierta con el modo y el bien que hay que procurar en una actividad formativa. Por esta razón, tanto en la Pedagogía familiar como en la Pedagogía general, se requiere superar la tensión entre el peso de las disciplinas científicas que aportan muchos datos sobre la educación, la familia y la educación familiar, y la gravedad de los conocimientos sobre educación, vida humana y familiar que proceden de la experiencia vital y educativa bien acrisolada y guiada por principios sapienciales.
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