El cerebro genera ritmos sin parar. Los ritmos cerebrales constituyen un lenguaje de comunicación entre neuronas mientras procesan información. La investigación dedicada a descifrar este lenguaje está revolucionando tanto teorías neurocientíficas como aplicaciones clínicas y tecnológicas. Hoy se piensa que los ritmos cerebrales cumplen un papel crucial en funciones cognitivas como percibir, recordar o moverse. El control a través del pensamiento de objetos electrónicos reales o virtuales ha dejado de ser una ficción gracias al desarrollo de la interfaz cerebro-computadora.
Los mamíferos hemos evolucionado con un cerebro diseñado para generar una compleja gama de ritmos. Lejos de ser ruido sin sentido, los ritmos del cerebro están cargados de significado y dan lugar a las funciones cognitivas. Éste es el mensaje innovador que el húngaro György Buzsáki argumenta en su libro de una forma brillante (Buzsáki, 2006). Remontémonos al origen de esta historia.
Allá por el 1919, Hans Berger comenzaba el estudio de la actividad eléctrica del cerebro con la idea de encontrar apoyo científico a la telepatía. Así fue como Berger descubrió el electroencefalograma (EEG). El EEG representa actividad eléctrica que se registra mediante unos electrodos colocados en la superficie del cuero cabelludo y que procede de la comunicación entre conjuntos de neuronas de la corteza cerebral. Berger observó que cuando el sujeto experimental cerraba los ojos y se relajaba, el EEG oscilaba con gran amplitud a un ritmo de unos 10 ciclos por segundo o Hercios (Hz), y lo llamó ritmo alfa. Cuando el sujeto abría los ojos, el ritmo se volvía más rápido y de menor amplitud (ritmo beta, 13-30 Hz).
El descubrimiento del EEG aportó importantes aplicaciones clínicas en campos como el diagnóstico, ya que permitía conocer el estado mental general de una persona: ataques epilépticos, estados de relajación, sueño, coma, muerte, etc. Tradicionalmente se ha investigado el papel de los ritmos en el sueño. Durante el sueño, el cerebro genera patrones rítmicos complejos que están asociados con procesos fisiológicos específicos y que se organizan en fases de unos 90 minutos. Esta actividad rítmica no parece ser un epifenómeno: actualmente se cree que cada fase cumple funciones concretas, por ejemplo, la consolidación de aprendizajes que tuvieron lugar durante el estado de vigilia.
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