Educar en la diversidad constituye actualmente uno de los retos que,
en el ámbito pedagógico, debe abordarse en cualquier cultura democrática y
más aún cuando las diferentes legislaciones vigentes exigen diseños curricu-
lares abiertos y flexibles, producto de los dinámicos cambios que se suscitan
en la sociedad; todo ello en la búsqueda de una escuela integradora, justa
y equitativa, consciente de las diversas desventajas sociales y escolares que
vivencian la mayoría de las personas y, a lo cual la institución escolar está
obligada a responder perfilando un adecuado marco de posibilidades para
compensar las diferencias existentes que le permita encarar una realidad de
niños y niñas con diversas experiencias, intereses, habilidades, capacidades
y modos de aprendizajes específicos.
De manera pues, que las expresiones de la diversidad van a estar
presentes constantemente, y, por lo tanto, deben asumirse con altos niveles
de compromiso. Sin embargo, las posibilidades de intervención en cuanto
a este aspecto deben compaginar un amplio espectro que contradiga el uso
de fórmulas universales y generales, puesto que las personas manifiestan
sus diferencias de distintas maneras y desde esta perspectiva deben ser
atendidas. A tal efecto, Ferrer (1998) señala que:
El sistema educativo debe asumir la multiplicidad de identidades
como una clara riqueza pedagógica: la presencia de multicultura-
lidad, plurilinguismo, pluricromaticidad, diversidad de estilos,
de pensamientos, de estilos relacionales, de estilos motores, etc.;
precisará de una actuación original y específica por parte de los
educadores.
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